LA CRISIS DE 1898
0.- Introducción.-
Desde principios de los años noventa, el régimen canovista empezó
a mostrar síntomas de agotamiento, desgaste y falta de dirección. En este contexto
estallaron nuevas insurrecciones antiespañolas, que se cerraron con el “Desastre de 1898”, es decir, la pérdida
de los restos del Imperio colonial español; fue un hito esencial de nuestra
historia. España, en política exterior, va a bajar a potencia de segundo orden
al perder esas posesiones ultramarinas (pasando de ser imperio a nación) y,
tras esto, se embarcará a la aventura africana.
1.- La caída del Imperio:
causas, precedentes, desarrollo y consecuencias del Desastre de 1898.-
En 1885 el país se vio sacudido por un conflicto con Alemania en
torno a las islas Carolinas (en el Pacífico), que a punto estuvo de provocar
una guerra, que fue evitada por el buen sentido y prudencia de Cánovas. Un
ataque en 1893 a posiciones españolas cerca de Melilla puso de relieve la no
preparación del ejército español y la vulnerabilidad de los enclaves
coloniales.
a) Causas.- Las causas de las guerras
independentistas hay que buscarlas en:
- los intereses económicos y políticos
(prestigio) de la clase dominante española,
- política canovista de recogimiento,
- torpeza de los políticos españoles,
- ejército sin preparación adecuada,
- intereses de la oligarquía y
campesinado cubano por la independencia política y económica,
- el interés norteamericano (cuyo presidente era Bill McKinley) en
los aspectos políticos y económicos
b) Precedentes.- En 1878 por la Paz de Zanjón, que acababa con la Guerra de los Diez Años (1868-1878), se
consiguió firmar la paz con los mambises,
insurrectos cubanos. Las promesas de autonomía, recogidas en la Paz de Zanjón,
no se respetaron y los cubanos seguían pidiendo mayores cuotas de autonomía e
independencia; por esta razón se fundaron dos partidos políticos: el Liberal
Autonomista y la Unión Constitucional.
Antonio Maura (tras ser nombrado Ministro de Ultramar), dándose
cuenta de la gravedad del problema, presentó un proyecto de autogobierno para la isla, pero fracasó debido a las
presiones de la oligarquía económica cubana y española, que tenían gran
influencia en el parlamento español. Hubo otra guerra con Cuba en 1880, llamada
la Guerra Chiquita.
c) Desarrollo (1895-1898).-
Las guerras de Cuba y Filipinas, reiniciadas desde 1895 y 1896, ahora con
caudillos como José Martí, Gómez o Maceo en Cuba, y José Rizal o Emiliano
Aguinaldo en Filipinas, estaban dispuestas a repetir las gestas de sus
antecesores de los años diez y veinte y conquistar para sus países la
independencia.
Para no cometer los mismos errores que en la Guerra de los Diez
Años, en Cuba, José Martí busca apoyos militares en Costa Rica y Santo Domingo,
desde esta última se produce el Manifiesto de Monte Cristi, donde aboga por la
emancipación cubana:
Después Martí parte desde Haití rumbo a Cuba para unirse al Grito de Baire, en noviembre de 1895,
con el que se reanudó la insurrección separatista cubana, siendo enviado para
dominarla al general Martínez Campos; el general español se había dado cuenta
que no era una revuelta popular, ni bandolerismo, sino revolucionaria y con
escasas posibilidades de ser sofocada. No queriendo afrontar esta
responsabilidad, presentó su renuncia, aconsejando su sustitución por un
general duro. Entonces fue designado el general Valeriano Weyler , que sí se encontraba dispuesto a combatir la
guerra de guerrillas con otra guerra. La inteligente estrategia de lucha de
Weyler fue dividir la isla (para aislar las guerrillas) mediante líneas
fortificadas o alambradas y llevar una política de “reconcentración” de la población rural en campamentos militares,
para evitar que estos ayudaran a los insurrectos.
La guerra de Cuba consumió importantes recursos humanos y
materiales, hundió a la Hacienda en un pozo sin fondo y abrió un grave
conflicto con los Estados Unidos, al que la diplomacia española hubo de hacer
frente sin ningún apoyo de las potencias europeas. Con la muerte de Maceo la
guerra estaba prácticamente ganada por España pero, muerto Cánovas en 1897,
Sagasta -que tomó el poder- destituyó a Weyler y consiguió aprobar un proyecto
de amplia autonomía para Cuba y Puerto Rico, pero ya fue demasiado tarde en el
caso cubano, sobre todo, por la presión de los Estados Unidos a España y apoyo
a Cuba. España se vio obligada a entrar en una nueva guerra y tuvo que enviar a
más de 300.000 soldados.
Además el problema se complicó por la intromisión de los Estados
Unidos, que apoyaron a los cubanos con armas y con dinero, mientras que por
otra vía intentaron comprar Cuba a España (cosa que fue negada al ser
considerada como un trozo de la patria); el intento de autonomía fue juzgado
insuficiente desde la presidencia McKinley, que estaba decidido a que España
abandonara Cuba y Puerto Rico por las buenas o por las malas. El estallido, en
el puerto de La Habana en 1898, del acorazado norteamericano Maine precipitó un ultimátum de los
Estados Unidos, su pretexto para declarar la guerra a España, a pesar de lo
fortuito del accidente, pero política y económicamente le interesaba. McKinley
hubiera preferido comprar la isla de Cuba, con la que tendría mayor libertad de
acción, pero si hacía una guerra de liberación tenía que concederle la
independencia.
España no podía aceptar este ultimátum y entró en guerra: una
derrota honrosa proporcionaba una salida al régimen canovista.
Aunque la población norteamericana era cuatro veces superior a la
española y triple su renta per capita, el ejército español era muy superior al
norteamericano, pero mal armado, mal abastecido y minado por las enfermedades
tropicales; a pesar de ello vencieron en las lomas de San Juan y obligó a
reembarcar y huir a los americanos. La marina norteamericana era similar en
número a la española, aunque esta última era más ligera al tener un blindaje
menor y poseía un armamento de menos alcance. Los EE.UU. actuaron de forma
rápida y destruyeron en Cavite a la flota española del Pacífico (en mayo) y en
Santiago de Cuba (en julio) al grueso de la escuadra española, que mandaba el
almirante Cervera. Este dio la orden absurda de salir los buques del puerto de
Santiago uno a uno, cuando los americanos les esperaban, por lo que fue un
fácil blanco a un enemigo superior.
En 1896 había estallado en las islas Filipinas un movimiento
similar de independencia de España, llegándose al año siguiente a una aparente
resolución del conflicto con la Paz de Biak-Na-Bato, en la que se exige a los
cabecillas exiliarse a Hong-Kong; ante esta paz el gobierno español decide
reducir el número de sus tropas allí (de 400 pasan a 50 militares). Pero no fue
hasta después de la derrota española en Cuba cuando los norteamericanos
apoyaron y financiaron a los líderes independentistas tagalos, que vuelven en
secreto a las islas y reanudan la revolución. Al mes siguiente, desconocedores
los españoles de la firma del Tratado de París y de la recién independencia de
Filipinas son atacados por los tagalos, siendo sitiados los españoles en la
ermita de Baler, al noroeste de Manila: son los últimos de Filipinas. Por el Tratado de París los españoles
cedieron la soberanía de la islas Filipinas a los EE.UU. por lo que estos
quisieron dominarlas, ante esto los filipinos engañados y atacados por los que
creían sus aliados se levantan en armas comenzando la Guerra
Filipino-Estadunidense: una guerra feroz en la que murieron unos 300.000
independentistas filipinos contra el invasor americano, que habían usado el
pretexto de liberarlas del dominio español para obtenerlas.
Al final España firmó un protocolo pidiendo el fin de la guerra;
el 10 de diciembre de 1898 se firmó en París un tratado de paz (Paz de París)
por el que España renunciaba a Cuba y cedía Puerto Rico, Guam y Filipinas a los
Estados Unidos. Fueron condiciones muy duras para España. La exigencia de la
entrega de Filipinas se debió a la influencia británica, que temía que este
archipiélago cayera en manos de los japoneses. La guerra costó a España entre
80.000 y 100.000 hombres y se convertía en una modesta nación, sin influencia
en política internacional (ya sólo le quedaban las pocas posesiones de África,
con las que intentaría compensar lo perdido).
d) Consecuencias.- Esta derrota a
nivel oficial no produjo ninguna crisis de Estado, ni al papel monárquico ni al
gobierno; el pueblo sintió apatía por el dolor de las muertes y la miseria
padecida , pero hubo una oleada de pesimismo. El país estaba harto de la
guerra, sobre todo las clases populares, indignados porque sus familiares al no
poder pagar las 2.000 pesetas que costaba la redención de un soldado para no ir
a la lucha. Santiago Ramón y Cajal, en sus Memorias,
nos ha dejado testimonios de la incompetencia producida por las muchas bajas
debidas a enfermedades y no por acciones de guerra: fiebre amarilla, paludismo,
viruela, disentería, tuberculosis, etc.
Económicamente no hubo tampoco crisis importante. Afectó a las
exportaciones textiles catalanas y a las importaciones de materias primas
baratas; pero la repatriación de capitales compensó en algo los efectos
negativos (se permitió a los españoles en Cuba o Puerto Rico liquidar sin
problemas sus negocios; los negocios que prefirieron quedarse allí no fueron
molestados). El cambio económico producido llevó a España a incorporarse al
desarrollo industrial-capitalista, hasta el punto de ser en 1934 el noveno país
mundial en cuanto a nivel de desarrollo.
Pero la gran consecuencia fue de orden moral y anímico. España,
que tuvo un imperio donde "no se
ponía el sol" perdía sus últimas colonias. Se dieron cuenta de que
éramos una nación insignificante en el orden internacional, pobre y atrasada
económicamente, y políticamente dominada por el caciquismo. Es cierto que
despertó simpatías platónicas en Europa, como la del Kaiser Guillermo II de
Alemania, que quiso una acción conjunta que mostrara la solidaridad europea,
pero no se hizo al no contar con la colaboración de Inglaterra (que pensaba que
América para los yanquis y África para los británicos).Esos eran los verdaderos
males de España y había que regenerarla. Aparece entonces el Regeneracionismo y la Generación del 98.
2.- El Desastre del 98, el Regeneracionismo y la Generación del
98.-
Una llamativa pasividad general fue la respuesta a la crisis del
98; aunque la mayoría de la población había sufrido la tragedia en carnes
propias, daba la sensación de que la mayoría prefería dejar las cosas como
estaban: un pesimismo antropológico, una resignación cristiana, a la espera de
un salvador. No llegó a producirse ningún levantamiento militar, los carlistas
no se echaron al monte y los republicanos dejaron para mejor ocasión convocar
al pueblo contra el trono. Un sistema político que parecía frágil salió indemne
de la crisis de fin de siglo. No hubo acción política pero sí mucha exaltación
de la palabra: todos los políticos e intelectuales mostraron un afán
regenerador.
La oleada de pesimismo tras 1898 afectó, sobre todo, en el plano
intelectual, que llevó al Regeneracionismo y la Generación del 98, encabezado
por el principal teorizador, Joaquín Costa, que denunció las lacras del sistema
y reclamó una urgente renovación de la vida política del país. Para ello creó
una especie de nuevo partido político, Cámaras de Comercio, para organizar una
unión nacional que sirviera de alternativa a los dos partidos dinásticos del
turno.
Parecía que habíamos interiorizado la derrota con irresponsable
indiferencia y pasividad, pero no fue así pues:
- Hubo una crisis de
conciencia nacional , intensa reflexión sobre España y su significación en
la historia. Los intelectuales percibieron un drama nacional: el “problema de España”. Estos intelectuales
estaban formados por la Generación del 98:
Ramiro de Maeztu, Valle-Inclán, Antonio y Manuel Machado, Miguel de Unamuno,
Azorín, Pio Baroja, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, etc. , que desde cierto
darwinismo atribuían la decadencia de España a una enfermedad de la raza, algún
mal que afectaba a la nación y al pueblo español.
La cuestión del 98 fue el ver si el régimen canovista era o no
capaz de evolucionar gradualmente hacia un sistema constitucional y
parlamentario verdaderamente democrático; cabe decir que la evolución no fue,
ni era, posible, por la no apertura de la oligarquía gobernante y la crisis del
parlamentarismo, que acabó con el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera.